El gato Sócrates me despertó a las 6:30 de la mañana. Enojado, le dije: "Déjame dormir, móndrigo". En eso abrí bien los ojos por entre los hilos de mi hamaca, para ver que le daba pequeños golpecitos a tremendo alacrán (justo debajo de donde yo estaba dormido). Por supuesto me deshice del bicho, y mi compañero se ganó un suculento desayuno.