Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 23/Feb/2014]
Es universalmente aceptado el hecho de que los doctores tienen una peculiar manera de escribir. Cuando el paciente acude con su médico de cabecera y lo mira garabatear símbolos indescifrables, duda que alguna otra persona sea capaz de entenderle. Sin embargo, apenas llega a la farmacia se encuentra con el decodificador: cualquier empleado de la misma.
Parece existir un extraño convenio entre los galenos que les obliga a impedir que los profanos nos adentremos a su conocimiento, y de eso quiero hablarles hoy. Los médicos dirán que miento, como lo han asegurado de todos aquellos que los descubren. Por eso, como único recurso para desenmascararlos, puedo escribir este cuento.
El arte de la sanación surgió, tal como lo conocemos, en el antiguo Egipto (cada pueblo, no obstante, tiene su propia manera de curar a sus enfermos). Los egipcios eran hábiles en tretas y en plasmar lo obvio sin que se supiera; por ello ―queriendo que el pueblo no se enterara― idearon un intrincado sistema de escritura jeroglífica.
Posteriormente este arte pasó por las ciudades-estado griegas que le imprimieron su particular estilo. Hipócrates fue un gran falsificador, pues consiguió escribir decenas de tratados sin revelar sus verdaderas ideas. Lo que los griegos de su tiempo leyeron, tenía otro significado. Los médicos de esta época lo idolatran porque de él tomaron ejemplo.
De Grecia, el saber de la medicina pasó a Roma y se difundió por el mal llamado ‘mundo civilizado’. Desde entonces, la casta de curanderos refinados no ha dejado de conservar su ciencia de la manera más celosa.
Al principio no tuvieron mayor problema, pues la chusma era ignorante. Poquísimas personas sabían leer y escribir, y el gremio de sanadores podía carcajearse a expensas de los demás, enviándose cartas y comunicados a la vista de todos. Pero ahora las cosas han cambiado.
Desde que en el mundo hay una mayoría alfabetizada, los doctores se han visto en la necesidad de resguardar su sapiencia en trazos cada vez más irreconocibles. ¿Han visto cómo escriben? Yo tengo tres hermanos médicos y sé muy bien que algo traen entre manos.
Por ello, cuando cierto especialista les dé una receta cualquiera, descífrenla bien; no sea que encuentren algún mensaje oculto, de ésos en los que plasman sus secretos.