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Matlacíhuatl

Ilustración.- Gregorio Guerrero
Gubidxa Guerrero 

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 19/Ene/2014]

Desde aquella tarde en la biblioteca ha sido todo distinto, todo se me ha hecho confuso. Lo peor es no saber cómo decírselo.

Si tan sólo comprendieras el modo en que me ha atrapado, de cuántas maneras distintas la pienso a diario. Creo que no podré con esto y que su amor terminará convirtiéndome en otro.

Ahí está. A diario la veo en el recuerdo tal como la miré por vez primera: con el cuerpo menudo, la cabellera nocturna, su andar pausado y la sonrisa de niña. Nunca pensé que me cambiara la vida. La veía como una más; incluso pensaría que ella daba la impresión de querer mostrarse tal como yo la notaba. Sin notarla.

Desde entonces, hace ya más de un año que la vi siempre puntual, ocupando lugar en la tercera fila, escribiendo palabras indescifrables. A las once, bajaba los escalones con una calma desesperante que harían suponer a cualquiera el cansancio de una noche larga.

Te cuento esto con los recuerdos rescatados del olvido y la indiferencia en la que hubieran caído de no ser por la tarde más corta que he vivido, aquella entre los libros, la que se hizo noche prematuramente sólo porque estaba conmigo apresurando al sol. 

Ella es un mundo aparte, alejada de los inventos de mi pasado. La recuerdo con la misma nitidez de la mujer que me cargaba en sus brazos, la que solía arrullarnos hasta muy noche con cantos que deseábamos atrapar. ¿Te acuerdas de las veces que nos cumplió los deseos? Acuérdate de cómo agitábamos los brazos para volar, para desaparecer de este mundo y aparecer en otro con sólo cerrar los ojos. Ojalá extendiendo los brazos y cerrando los ojos nuevamente, pudiera llegar a ella en este instante para decirle todo lo que siento.

Hermano, si supieras cómo, después de una noche de desvelo, me desespero por verla. No me percibe; todavía no se da cuenta de que mis ojos no la miran igual y que ya no son los mismos desde esa tarde, cuando me contó parte de su vida y yo pensé que me confesaba algo importante para los dos.

Hoy la vi, cruzamos palabras que le fueron indiferentes, aunque yo recuerde cada gesto suyo. Me estremecieron sus ojos, con una profundidad ingenua y aparente. Su cabello no parecía más la oscura noche de antes, sino un remolino de luz y de sueños en los que quisiera dormir y volar sin descanso.

He seguido diariamente sus pasos al terminar la clase. Voy pisando cada huella que deja. He estado a punto de alcanzarla, de vislumbrar su sombra cerca de algún recodo, pero me pierdo.

Desde que ella apareció en mis sueños, la vida no es la misma. Ahora no sé quién soy.