Ilustración: Gregorio Guerrero |
Gubidxa Guerrero
Hace bastantísimo tiempo, tanto que no hay quien lo recuerde, los animales reinaban en el mundo. Ellos, y nadie más, dominaban por sobre el firmamento, los mares y la tierra toda. Cuentan los que me refirieron esta historia que en aquel entonces la vida no acababa; todo ser perduraba eternamente.
Como ustedes supondrán, esto se convirtió en un problema, porque, si bien al principio el mundo era suficientemente grande como para dar cabida a todos, después de algunas generaciones los animales ya no tenían lugar.
Entonces Dios decidió crear una especie que arrasara con las demás, y fue cuando nació el ser humano. El mundo se despobló y otra vez hubo espacio para quienes fueran naciendo.
Como todo en esta vida, la solución se convirtió después en un nuevo problema. El Ser Supremo no sabía cómo evitar que su última creación acabara definitivamente con las demás, y se reprodujera desmesuradamente. Inventó plagas, forjó discordias, hizo todo cuanto pudo para que los hombres disminuyesen. Pero no le bastaba.
Entonces un ave blanca, que venia desde el principio de los tiempos, acudió con Dios para socorrerle en su tarea. “Vengo ante ti, Padre Grande, para ofrecerte mi ayuda”. “¿Pero cómo puedes tú acabar con el género humano?”. “Tú eres Dios, no yo; así que dime tú”. Entonces, El que Todo lo Sabe mandó al ave a enfrentarse con un campesino. Nada consiguió. Luego lo envió con un pescador. Peor le fue. Con un comerciante, con una costurera y con un guerrero... Jamás pudo herir a nadie y, por el contrario, siempre fue ahuyentado entre risas burlonas.
El Dios Mayor, al ver que el ave se mostraba solícita a cumplir con su encomienda, decidió honrarla. La mandó llamar y le dijo lo siguiente: “He visto asombrado cómo te empeñas en cumplir con mis deseos, y he resuelto recompensarte. Te daré el poder de sustraer el soplo vital. Donde te poses, la muerte llegará. Sólo deberás cuidarte de pararte en el lugar que yo ordene, pues de otra manera será a ti a quien castigue”. El esforzado pájaro se hinchó de felicidad al escuchar la buena nueva; y agradeció apropiadamente el don.
No sabia el ser alado que ningún poder le otorgó Dios, pues Él es quien designa al que va a sucumbir, y para que su engaño sea efectivo lo envía a la casa indicada. La gente le teme; ya nadie se burla. Y el ave blanca vuela solemne sabiendo que infunde terror. Le llaman Cortamortaja.
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Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 7/Abr/2013. Publicado en Cortamortaja el 9 de mayo de 2024.